Sigo sin creerlo. En menos de un mes he estado en dos lugares en los que pensé que nunca iría o que -con suerte- iría después de muchos años. Primero, como ya les conté en la entrada pasada, Maldivas. Luego, a las tres semanas y sin mucha planeación, St. Moritz (Sankt Moritz).
¡Pellízquenme!
Esta gran suerte se debe a que mi esposo, por su trabajo, recibe descuentos en vuelos. Así que cuando podemos -que no es tan seguido, pues acabaríamos en bancarrota-, aprovechamos y nos escapamos a conocer algún lugar. Mi esposo ya tenía planeado este viaje a Milán por trabajo, así que me anexé :).
El plan era quedarnos ahí en Milán, pues no teníamos mucho tiempo para conocer otros lugares. Pero un suizo que conocimos en el vuelo hizo que cambiáramos todos nuestros planes: nos aconsejó rentar un coche e irnos manejando hasta St. Moritz, que queda a solo tres horas de Milán. Aquí la ruta:
¡Nunca se nos hubiera ocurrido ir ahí! Además porque St. Moritz tiene fama de ser un lugar bastante caro, por lo que ni si quiera entraba en la lista de opciones. Pero resulta que una buena búsqueda en Trip Advisor puede lograr maravillas. Encontramos una excelente oferta en el Hotel Piz, un hotel boutique súper lindo y acogedor a 15 minutos caminando del centro de St. Moritz (bueno, es un pueblo tan pequeño que seguro todo queda a 15 minutos caminando).
Las tres horas de camino a St. Moritz nos regalaron vistas de paisajes increíbles con los Alpes de fondo, cada minuto estando más y más cerca de ellos. El cambio de vegetación y ver la nieve aparecer poco a poco en la carretera solo aumentaba nuestra emoción por llegar.
Llegamos al hotel alrededor de las 7:15 pm y a las 8:00 pm ya estábamos caminando hacia el centro en busca de un lugar para cenar. La caminata también nos ofreció vistas hermosas de St. Moritz. Con la oscuridad, lo único que se veían eran las luces del pueblo y las estrellas, brindando una imagen realmente acogedora (ya les he dicho que aquí en Dubai se ven, si acaso, una o dos estrellas, así que los cielos estrellados los valoramos más que nunca).
Hacía mucho frío pero la caminata nos ayudaba a no congelarnos. Nos urgía llegar a comer y nos hubiéramos tardado menos si no nos hubiéramos parado tanto para tomar fotos.
¡Y aquí mi foto favorita!
Por fin llegamos a un lugar que parecía el centro y después de indecisiones de mi parte (nunca puedo decidirme por la primera opción) y de insistencias de mi esposo por entrar a comer algo, entramos al restaurante del hotel Steffani.
Al día siguiente, después de desayunar en el hotel (que por cierto tenía el desayuno incluido), nos fuimos hacia Muottas Muragl, un lugar muy famoso en St. Moritz y en todo Suiza, por ofrecer una de las mejores vistas de los Alpes.
Como ya les dije, no teníamos pensado salir de Milán, así que no llevábamos guantes ni mucho menos ropa para esquiar. Cuando le preguntamos al señor de la taquilla si arriba en la montañavendían guantes, nos dijo que quizá sí pero que seguramente nos iban a salir muy caros. Muy amablemente, el señor nos prestó sus guantes. Casualmente tenía un par de mujer y uno de hombre. ¡Es tan lindo encontrarse con gente así de amable! Sobre todo en la era Trump, ¿o no? Al entregarle los guantes de regreso, le dimos un Toblerone como detalle de agradecimiento.
Así que ya equipados, subimos a la montaña en funicular. Las fotos hablarán mejor que mis palabras:
Estuvimos arriba un par de horas y hambrientos, regresamos a St. Moritz a buscar la mejor pizzería (según Trip Advisor). No sé si era el hambre, el frío o la combinación de ambas, pero qué rica pizza… nada más de pensarla me da hambre. El restaurante se llama Pizzería Caruso.
Como dicen, panza llena, corazón contento.
Ya bien alimentados, regresamos al centro de St. Moritz a buscar el hotel Crystal, en el que hace casi cuarenta años, mis abuelitos maternos se hospedaron cuando viajaron a Suiza y Austria. Recuerdo cuando nos contaban aquella historia en la que de subida a los Alpes, el chofer les decía que no voltearan para abajo pues no había protección entre ellos y el abismo. Estaban asombrados con la pericia del conductor. A mi con todo y protección en el borde de la carretera ¡me sudaba la mano! De todos los viajes que hicieron mis abuelitos, creo que este era de sus favoritos (si no es que el favorito) y siempre desearon que sus hijos y nietos fueran. Mi abuelita está feliz de que fuimos, y seguramente mi abuelito también lo estaría.
Después de tomarme las necesarias fotos en el hotel, paseamos un poco por el centro (ahora de día) y compramos la famosísima tarta de nuez de St. Moritz para llevarnos a Dubai (¡gracias por el tip, ma!).
Se acercaba la hora de irnos, pero antes decidimos pasar al café Hauser por un chocolate caliente que saciara nuestro antojo de algo dulce y que además nos calentara con ese frío. Por Dios, ¡qué rico chocolate!
Quizá ya se dieron cuenta que nos encanta comer, ¿verdad? Así que ya bien comidos, emprendimos alrededor de las 4:30 pm el camino de regreso a Milán, muy felices de haber logrado en tan poco tiempo, un viaje tan increíble.
Sin duda, no hace falta esquiar para ir a St. Moritz.
¡Muchas gracias por leerme!
DyP
Que increíble viaje!!!!!! A parte divertídisima la redacción 🙂
¡Me encanta! Por varios motivos: la espontaneidad de su visita y el toque sentimental y familiar de seguir los pasos de tus abuelos. Hubiera estado irreal lo del parapente. ¡Para la próxima!