Eso es lo que me preguntaba antes de mudarme a la segunda ciudad más poblada de Latinoamérica después de Sao Paulo, Brasil. Me imaginaba viviendo apretada y encimada con el resto de los 21 millones de habitantes entre ruidos del vendedor ambulante de “ricos tamales oaxaqueños”, la famosa camioneta pick-up que con una bocina anuncia la compra de “licuadoraaas, lavadoraaas, fierro viejooo”, y la innumerable cantidad de coches que inundan la ciudad.
Sin embargo, después de seis meses de residir aquí, la realidad de las cosas es que no vivo ni encimada ni apretada, y esos sonidos urbanos de los vendedores y compradores ambulantes ya se han vuelto parte del encanto de esta ciudad. Desde luego el tráfico es un gran inconveniente ¿pero en qué grande ciudad no lo es? Uno sólo tiene que aprender a sortearlo y procurar moverse en la zona en donde se vive, aceptando de antemano que trasladarse a otro punto de la ciudad puede ser una odisea.
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Ahora que estuve en Guadalajara, algunos miembros de mi orgullosa familia tapatía no daban crédito de mis palabras cuando les decía que sí me gusta vivir en México. Y no los juzgo, pues yo tampoco creí que pudiera vivir feliz entre tanto caos. Sin embargo, hubo un comentario que me puso a pensar: un primo mexicano-canadiense me dijo que la CDMX es de sus ciudades favoritas y que somos afortunados de vivir en esta “majestuosa ciudad”.
Su comentario me hizo reflexionar. Recuerdo que cuando recibí ese mensaje estábamos en la vía recreativa sobre Reforma con nuestra hija de 3 años. Miré a mi alrededor y después de un momento comprendí que aún dentro de lo desorganizada que puede ser la ciudad, sí es majestuosa y sí es un gran lugar para vivir. Sin duda habrá zonas a las que les falta, por decir lo menos, mantenimiento. Sin embargo, algo tiene la Ciudad de México (además de las oportunidades económicas) que atrae a tanta gente y que la hace una ciudad fascinante – y basta transitar por Paseo de la Reforma para comprobarlo.
Delineada por fachadas de casonas de la época colonial, edificios modernos y frondosos árboles y palmeras, Paseo de la Reforma se ha convertido en el punto de encuentro cultural, comercial y político de la ciudad. No por nada fue el escenario de Checo Pérez para que corriera su coche desde la Diana Cazadora hasta el Ángel de la Independencia durante el fin de semana de la Fórmula 1. Más de cien mil personas nos reunimos ahí para ovacionarlo en un ambiente que inspiraba grandeza al tener a una estrella del deporte haciendo lo suyo en la avenida más importante del país. Tener al alcance estos eventos es algo que siempre me emociona de vivir en México.
Por otro lado, están las famosas colonias Roma, Polanco y Condesa, que nos llevan a un viaje por las diferentes etapas de la arquitectura en México desde la época colonial hasta la contemporánea. Estas colonias hay que recorrerlas caminando para quedar encantados con su elegante arquitectura y envueltos en una vibra muy dinámica que nos llama a participar de lo que siempre está pasando ahí: entrar a algún museo o bazar, pasear por un parque o sentarse en la terraza de los muchos cafés y restaurantes que, rodeados de árboles y vegetación, invitan a disfrutar del siempre clima fresco de la ciudad. Y no se sorprendan si entre ellos se encuentran alguno de los mejores del mundo, como Pujol, Quintonil o Rosetta.
Pero no todo es bullicio. En San Ángel y Coyoacán encontrarán dos colonias que antes de ser anexadas a la Ciudad de México, eran pueblos aledaños a la capital. A pesar de ya ser parte de la mancha urbana de México, aún conservan ese carácter pueblerino con sus calles adoquinadas y sus casas de siglos pasados en los que ahora se albergan cafés, restaurantes, museos y galerías.
Hablando de museos y galerías, esta ciudad tiene para aventar y regalar. De hecho, hay un debate en línea sobre si México es la ciudad con más museos del mundo. Lo que sí es un hecho es que supera a París por veinte – ésta tiene 150 y México cuenta con 170 museos, incluyendo el del Castillo de Chapultepec, el único castillo que existe en el continente americano.
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Y así podría continuar enumerando las razones por las que me gusta vivir aquí. Desde luego no ignoro las fallas que tiene, muchas de las cuales me duelen. Pero la finalidad de este texto no es señalar lo malo o negar su existencia (de esos ya hay muchos), sino compartirles el cariño que me ha despertado esta ciudad y lo fascinada que estoy con ella, esperando despertar lo mismo en ustedes para que vengan a visitarla.